Suelen acabar destrozados después de meses, kilómetros, golpes y manchas de sangre o café, pero siguen siendo sin duda nuestra mejor arma. En la actualidad nada sustituye a estos cuadernos. Ni tabletas, ni el teléfono, ni siquiera una buena cámara. Son el complemento perfecto de la memoria, del ojo y del músculo de la reflexión. Y siempre han sido la excusa perfecta para parar, contar uno, dos tres… hasta diez y poner nombre a las cosas, incluso a las que ya tienen uno.
Normalmente utilizamos como cuadernos agendas retiradas tipo ‘moleskine’ que salen muy baratas, pilots C4, acuarelas Rembrandt y agua del grifo. Pero cuando las circunstancias lo requieren, uno pilla -recordando a Stanley Tigerman- lo primero que tiene a mano con tal de poder dibujar. Las anteriores son páginas son campos de batalla de 8 x 5 pulgadas en los que hemos peleado.