6:00 de la mañana. Me despierta la radio, los tertulianos parecen… eso mismo: “alocados”. No hace ni 2 horas que Steve Jobs ha fallecido a causa de un terrible cáncer de páncreas. Ha muerto un personaje público y famoso, multimillonario, símbolo del sueño americano, mago, gurú empresarial, deidad tecnológica y modelo a seguir para miles de personas. Esta noticia aparece en toda la prensa, en especial en la digital. Deja una peligrosa herencia mediática para Apple Computers, la segunda empresa del globo (solamente por detrás de Exonn Mobil y por encima de Petrochina), que le había convertido en su imagen. Una cuidada imagen que como se puede ver se ha mantenido intacta durante años, al igual que el logotipo de la manzana, la misma de Isaac Newton. Una cuidada imagen que no solamente se ve en vestimentas de ropa y carcasas de dispositivos, sino en el diseño del software, de los accesorios, de las tiendas y de los restaurantes de la marca. Otra vez: una cuidada imagen…
Conocemos al personaje por sus continuas apariciones en la televisión siempre encima de una tarima en la que no se ve un solo cable y con cuidadísimas imágenes de fondo, cada vez que se paría o mejoraba un nuevo artilugio. ¿Pero cuántos ávidos consumidores de dispositivos Apple conocen de carrerilla el nombre del cofundador de la compañía o el del tercer mosquetero gracias al cual se pudo crear el Apple I?. Se desgasta el nombre de los Cayo Julio Cesar, Adolfo Hitler o Steve Jobs, pero se olvida rapidamente a los Quinto Sertorio, Karl Döenitz o Ronald Wayne. ¿Es esto merecido?.
Aún recordamos con espanto el día en que la fiebre del consumo se hizo terrena. Ese 12 de Julio de 2008, cuando cientos y cientos de personas guardaban cola desde la tarde del día anterior para conseguir su primer iPhone español, un teléfono de 359 €. pero que sin embargo te ataba a Telefonica durante dos años, no tenía cámara de vídeo ni la posibilidad de ejecutar aplicaciones flash en su software. Se dijo esos días que “tenía incluso la virtud de hacer olvidar la crisis”. Steve Jobs poco tenía de conjurador para crear objeto tan poderoso. Más bien era como aquel charlatán y vendedor ambulante del lejano oeste que para vender el salmón blanco que no quería nadie escribió en las etiquetas: “No se vuelve rosa en la lata”. Ha sido un genio. Pero no de la tecnología, sino de las masas de alocados y de sus debilidades.
Se le está comparando con Edison, el inventor del fonógrafo, de la película perforada de 35 mm., del contador de votos, del quinetoscopio, de la lámpara incandescente duradera y de la válvula de vacío y consecuentemente de la primera y arcaica informática. En contra de lo que podría pensarse y de lo que se oye en la radio en estas primeras horas de la mañana (la mitas de las cosas son falsas), Apple no inventó ni el ordenador, ni el teléfono móvil, ni la tableta. Fue Xerox sin embargo la que inventó las redes ethernet, la impresora láser o el ratón y sin embargo, a diferencia de Apple, aquella nos parece una marca de los años 70. Sin embargo Jobs ha conseguido “rediseñar” útiles objetos y los ha convertido en objetos de deseo. “Tecnología amable” la llaman. Tecnología con una cuidada imagen, que mueve a las masas y doblega las voluntades.
La broma de “iLeaks” con aquel montaje cinematográfico del sobre lacrado que contenía las filtraciones enviadas por Julian Assange podría ser perfectamente el símbolo de este Rey Midas que podría haber hecho propio cuanto hubiese querido, otorgándole un nuevo valor de mercado, con el mero hecho de pulir su imagen y su mensaje. Cualquier objeto, cualquier idea, cualquier costumbre, truco o máquina puede ser de Apple tan solo con ponerle una i latina delante: iMilk, iBread, iCar, iGazpacho, iPlane, iWave, iWorld… una letra y la propiedad del mundo cambiará de manos. Quizá no la propiedad legal, pero sí la mediática, que al fin y al cabo es la que importa.
Sin embargo, antes del Steve Jobs de tarima y show, existió un hombre genial y trabajador. Una especie de Schliemann lunático cuya Troya era Apple y en la que puso su empeño, su vida, sus sueños y su ilusión. Y esa cantidad desorbitada de ilusión alocada ain duda fue la que le inspiró ese genial alegato que dio en la Universidad de Standford en el año 2005 y que yo tenía desde hace años en una fotocopia que nos dieron en una clase de ingés de la Escuela Oficial de Idiomas para traducir. Podríamos haber incluido el video de aquella graduación universitaria, pero comienza con un minuto de publicidad de Telefonica, un hecho que puede ser fortuito… o no. Vamos a pensar que no es así.
Idolatramos el diseño, aborrecemos los Mac, tememos a los fetichistas y adoradores de la telefonía, usamos Windows, consumimos libros de los de papel, los vaqueros con zapatillas nos parecen muy muy cutres, no encontramos nuestro lugar en esta sociedad de pijos, nos encantan los dispositivos que consiguen aborregar al resto de personas mientras estén a más de un metro de distancia, no tenemos aparatos de Apple en nuestro estudio, nos asombran algunas necesidades de la gente y no nos fiamos del demoníaco abuso de la imagen. En conclusión: poco comulgamos con esta iReligion. Pero hay que reconocer una cosa: este hombre no fue ningún charlatán ni ningún vendedor de tres al cuarto. Hoy es un gigante de las ventas de cosas que se fabrican en China, pero hace una década lo fue de los hombres, cuando la aceptación de sus productos -que no inventos- era moderada y no descerebrada y visceral. Como “el caer no quita la gloria de haber subido”, recordemos no al último gurú sino al visionario, al Steve Jobs más “hambriento y alocado”, al que nos calentó los corazones con unas palabras optimistas acordes con sus progresos de aquellos años, aunque nada tuvieran que ver con la imagen actual. Lo que este hombre ha cambiado el mundo en 56 años, para lo bueno, para lo malo, o tal vez para ambos ya esta hecho.