En 1852 empezaron los encuentros de artistas florentinos de todo pelaje en un lugar llamado el café Michelangiolo, un sitio de esos a los que nuestros políticos de hoy tienen auténtico pavor e inundan con sus ordenanzas y normativas para acabar cerrando. Brillante, corto, luminoso y genial movimiento el de los macchiaoli, que convirtieron la sencilla sinceridad del paisaje de la Toscana en su obsesión.
En la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos hay una expléndida exposición hasta el 5 de enero de 2014. Para un fin de semana de ventiscas otoñales y poco dinero, este plan es perfecto. No es una muestra extensa, en algo más de una hora puede uno transportarse a las riberas del Arno. Los macchiaoli entienden la imagen de la realidad como un contraste de manchas, de claros y oscuros. Curioso, aunque no perceptible, es el uso de pequeños formatos, formatos raros, apaisados, muchas veces directamente en madera, a veces incluso en el reverso de la tapa de una caja de puros.
Esta pintura es una puerta de conexión directa de las corrientes europeas con la pintura española del siglo XIX. Y su llave es la luz. La luz de un Mediterráneo valenciano que pinta Sorolla que es la misma que la que baña las costas de Livorno o Castiglioncello. Por eso no es recomendable irse directamente a la Gran Vía (como hicimos nosotros) después de ver la exposición. Riadas de gente, exceso de luz eléctrica y derroche comercial pueden apagar el espíritu aunque lo acabemos de muscular.
Para ilustrar el post hemos elegido un pequeño cuadro, una foto rápida desde un iPhone de hace dos siglos, desde un coche o una terraza al borde de la carretera. Es sólo un ejemplo, ni siquiera recuerdo el nombre del autor, pero resume muy bien el resto de lo que se puede ver. Todos son fantásticos, pero de la docena de maestros cuyos nombres aparecen sobresale el de Telemaco Signorini, un barbudo de mirada distraída y reloj de bolsillo que cubre todo el expectro de temas e intenciones con pinceladas perfectas: interiores tapizados, ciudades, escorzos imposibles, paisajes, rincones cotidianos o escenas románticas.
Especialmente bello es el cuadro de la primera imagen: Santa María dei Bardi. Una escena trivial, un rincón sin interés. En la calle huele a pan, ropa limpia y guiso de ave. Tras las misas de domingo la gente acomodada se retira a comer mientras un mendigo aprovecha el calor del banco de piedra. Ha comenzado el otoño y no se está del bien ni al sol ni a la sombra, pero si junto a un muro caliente.
Por orden:
- Santa María dei Bari, 1870
- Pescaderas en Lerici, 1860
- La sala de las locas de San Bonifacio, 1865
- Sobre la colina de Settignano, 1885