No hay mucho más que decirle al Eurovegas: ¡que no!. Pero significa tantas cosas en estos momentos de nuestra historia que un par de palabras hay que dedicarle a este delito social.
Que el gobierno madrileño de Aguirre vaya a permitir construir rascacielos sin límite en una zona que el planeamiento limita a “3 plantas + ático”, dará libertades económicas más liberales aún si cabe de las que lleva implantando en los últimos años y además llevará a cabo una nueva liberalización de horarios comerciales entre otras medidas. No hace falta explicar que todo esto favorece el caldo de cultivo propicio para que magnates extranjeros como el judío Sheldon Adelson -merece la pena conocer algo de la trayectoria de este individuo- intenten traer aquí sus negocios ya que en otros lugares de sociedades más sensatas y con gobiernos más inteligentes les costaría más prosperar.
Que las promesas de creación de empleo ya no sirven. No son necesarios más camareros, personal de limpieza, mozos de almacén, chóferes o demás personal al servicio de otros. Este país se ha acomodado en el sector terciario de segunda clase y necesita más que nunca profesionales de la industria, ingenieros o investigadores. Un casino con esfinges y palmeras en Valdecarros, además de ser una abominación cultural y paisajística, no solucionará la crisis ni el futuro de ninguna comarca. Solamente servirá para erigirse como claro símbolo del absoluto fracaso de esta sociedad de lo vulgar.
Ni una linea escribiremos sobre la calidad arquitectónica e intelectual que esperamos de esta ciudad-casino. La cantidad de trabajo que suele hacer falta para que una obra de tal envergadura suponga un paso hacia delante, en lo técnico y en lo humano, no suponemos ni que se plantee alcanzarla.
Que debemos que decir no bien alto. Saldremos de ésta como de otras, pero no gracias a las pseudoinversiones de millonarios que viajan de un lado a otro parándose -al igual que los mosquitos- donde puedan succionar la riqueza natural, cultural y económica de un territorio. Hace siglos salimos adelante a pesar de la estupidez del Rey Rodrigo o frente a Napoleón pese a la zafiedad Borbónica, y llegada la ocasión haremos otro tanto aunque de nuevo olvidados por nuestros inútiles gobernantes, los cuales se sirven a su antojo en vez de servir, que es precisamente su trabajo.
Así que no diremos “váyase a otra parte con sus tragaperras, señor Adelson“. No vaya a ningún otro sitio a plantar su horripilante casino. Déjelo. Déjelo y construya hospitales, carreteras, laboratorios, colegios o cosas útiles y si no sabe qué hacer con sus vastas cantidades de dinero sin estropear el mundo, inviértalo en participaciones preferentes bancos españoles. Se despreocupará de él durante mucho mucho tiempo.
Esto va a ser “un lodazal en el que algunos de nuestros políticos mejor vestidos están hozando para encontrar algún tubérculo medio podrido con que alimentar una ciudad”. Lo explican muy bien este artículo de El País: