San Baudelio de Berlanga

El decorador como “mal de la piedra”

Si al ver la fotografía que hay encima de estas lineas piensas “es un lugar muy bonito” y sientes ganas de un ralejante baño en él, sentimos decirte que para ti no existe ya remedio. Si por el contrario identificas con espanto el lugar, queremos tranquilizarte: esta imagen no es de la ermita mozárabe que crees haber reconocido. San Baudelio sigue como siempre: bien restaurada, cuidada, sin focos halógenos, ni agua, ni barandillas metálicas.

Muchas regiones y comarcas de la Península continúan -a pesar de las barbaridades que cometemos siglo tras siglo- escondiendo y mostrando tesoros naturales e históricos fascinantes. Pero también son sensibles a la explotación mercantil del territorio que por doquier prolifera cada vez más. Dicha explotación puede tomar -entre otras- la forma del turismo ramplón que mezcla sin demasiado gusto ni lógica gastronomía exclusiva, tecnología de balneario, historicismo, excursiones-manada, moda, decoración y eso que algunos aún siguen pretendiendo llamar cultura y que es casi lo opuesto. Se trata de una forma de ver arquitecturas y obras de arte, pero no con la mirada de la profundidad; de probar platos que llaman tradicionales, pero que se preparan adornados especialmente para la mesa del turista; o de vivir por unos días entornos hoteleros que simulan pseudoambientes castizos pero con encanto, todo ello para el deleite del que paga por todos estos servicios. Hablamos de un turismo hoy totalmente de moda que -en nuestra humilde opinión- es un auténtico azote del mínimo conocimiento que todos deberíamos tener sobre algunos de los tesoros de nuestra tierra y nuestro pasado.

Como al fin y al cabo, cada uno es libre de hacer con su dinero lo que quiera, nuestra crítica no es en primer término para el “turista de parque temático” sino hacia las empresas de ocio y entretenimiento que organizan tales espectáculos y hacia el gran negocio que en innumerables casos la Iglesia -que además de católica, apostólica y romana la suponemos sociedad y mercantil- hace a costa del viajero. Pero no olvidemos que el individuo, familia o grupo que reserva, paga y cómo no, disfruta de tales eventos, también alimenta estos negocios y contribuye -probablemente sin saberlo- al deterioro cultural y patrimonial. Y efectivamente, tan duramente lo afirmamos porque así de dura creemos que es la realidad.

La empresa: Castilla Termal S.L.

En 2004 la empresa Balneario Villa de Olmedo S.A. invierte 13 millones de euros para convertir el Convento del Espíritu Santo (edificio del siglo XII) en el Hotel Balneario Villa de Olmedo (de 4 estrellas) el cual empieza a obtener beneficios millonarios casi desde su inauguración (4,5 y casi 6 millones en 2006 y 2007 respectivamente). Ante tal demanda y beneficio Roberto García, promotor, presidente y principal accionista de este proyecto empresarial, decide invertir en la apertura de más establecimientos lúdicos cuyo elemento común es -según reza su página web- “el agua termal combinada con edificios históricos”. Nacen así Castilla Termal Hoteles, un grupo en el que participan entre otros Sodical SGECR S.A. (Sociedad Gestora de Entidades de Capital Riesgo) con un 18% y la financiera Caja España con un 20%, además de la formación del Grupo Olmedo Hoteles y, como consecuencia de todas estas fusiones e inyecciones, una serie de “negociaciones” con diferentes ayuntamientos, gobiernos e Iglesia para ver de qué joya histórica puede extraerse el mayor beneficio.

Después de una sucesión de publicidad, premios y sellos de calidad creados para la ocasión, se acomete el segundo proyecto empresarial del grupo: convertir el monasterio cisterciense de Santa María de Valbuena (del siglo XII y también en Valladolid) en el -al loro con el nombre- “Hotel Termal de Lujo San Bernardo” el cual, según hemos leído en las diferentes notas de prensa:

(…) “contará con 80 lujosas habitaciones, restaurante, cafetería, sala infantil, zona de internet y zonas de estar, además de que la bodega originaria del Monasterio se convertirá en vinacoteca”.

¿Vinacoteca?. Algunos periodistas deberían aprender que la palabra “vinacoteca” no existe en el diccionario y que no vale con sustituir la pe de pinacoteca por una uve, que puede que alguien se dé cuenta. Obviando esto, parece que el hecho de que este complejo monástico fuese declarado Bien de Interés Cultural en 1931 no impide que hoy se transforme en un hotel de cinco estrellas y que produzca unos beneficios de escándalo. Solamente la falta de financiación ha frenado -que no interrumpido- la inversión. Y es que antes sí, pero hoy en día 16,5 millones de euros no se los dan a cualquiera…

El resultado: la doble barbarie de la Universidad de Santa Catalina

La antigua Universidad de Santa Catalina de Alejandría es un sobrio edificio con fachada y patio platerescos construido entre 1541 y 1554 en la localidad de El Burgo de Osma gracias al mecenazgo del obispo portugués D. Pedro Álvarez D’Acosta. Una bula papal de Julio III de 1550 lo convierte en Colegio Universidad pese a que es la gran reforma de 1779 la que lo eleva al gran centro del conocimiento que debió ser allá por el siglo XVIII. Recientemente tuvimos la oportunidad de visitarlo no como huéspedes sino como viajeros de paso.

Suponemos que el último proyecto acontecido en él -su reconversión en un hotel balneario de 4 estrellas por 11 millones de euros- tuvo como condición el mantener íntegras las cuatro impresionantes fachadas porticadas interiores del patio. Faltaría más. Si le echamos un vistazo a la Ley 12/2002 de Patrimonio de Castilla y León entre otras lindezas en el artículo 38 aparece ésta:

“Se conservarán las características volumétricas y espaciales ‘definidoras’ (!) del inmueble”.

Lo primero que habría que hacer es preguntar a quienes redactan, revisan y finalmente firman las leyes (ésta la rubrica el presidente de la Comunidad Autónoma en cuestión) es si saben que la palabra “definidoras” no existe en el diccionario y que se dice “definitorias”. Lo segundo es preguntar a algún juez si se pueden incumplir leyes redactadas con faltas de ortografía o que usen palabras inexistentes.

Lo tercero, y volviendo al tema, es ver cuán inpunemente se ha incumplido este artículo al permitir las licencias concedidas en 2007 cerrar casi herméticamente con una estructura de hormigón, acero y vidrio el patio de un palacio del s.XVI y, por lo tanto, transformando dicho patio en otra cosa. La razón es única y sencilla de ver: conseguir cientos de metros cuadrados climatizados para colocar sillas, sofás y mesas de cafetería y restaurante. Haber visitado anteriormente edificios muy similares en cuanto a tipología o época como los paradores de Úbeda o Lerma nos ha enseñado que estas soluciones ya se encuentran en el límite del desastre dado que lo que se ha cerrado son patios de tamaño mediano. Ver taponado el gran vacío interior de Santa Catalina es algo basto, nos atrevemos a afirmar que hasta desagradable, debido a que es notablemente más grande que los dos anteriores. Pero lo fundamental es que ese maravilloso contraste entre el perímetro porticado (parte en sombra y protegida) y el centro libre (zona al sol y al descubierto), se ha perdido porque, o bien se desconocía la razón, o bien porque el dinero ha imperado sobre todo lo demás.

Universidad de Santa Catalina en el Burgo de Osma
[fotografía del Archivo Wunderlich, de entre 1920 y 1936]

Universidad de Santa Catalina en el Burgo de Osma
[fotografía de Raimundo Pastor, de septiembre de 2010]

Como no es posible explicar esta desagradable sensación con una imagen, animamos a que lo visitéis y juzguéis. Hay que estar allí para verlo. Ya de paso al que vaya por allí le pediríamos que no dejase de advertir el detalle de los revocos de yeso blanco pintados de color chocolate que se han extendido directamente sobre la sillería de las crujías internas (algo trágico), o la impronta de los cuatro enormes pilares cilíndricos de hormigón que llegan hasta el aparcamiento subterráneo que se ha construido debajo, o el cupulín fuera de toda escala o gusto que se levanta en el mismísimo centro del patio construido con trapecios de carpintería de aluminio lacado. Elementos arquitectónicos modernos demasiado agresivos para un sencillo orden compuesto, a caballo entre la esbeltez corintia y la sobriedad del toscano, que soporta arcos de medio punto en la planta baja y carpaneles en la galería superior, todo en piedra desnuda bien labrada, sin molduras ni pretensiones. Hasta aquí la que para nosotros es pérdida arquitectónica: la de alterar el tipo, la sensación volumétrica y -usando el término que intrudujo Peter Zumthor, uno de los mejores- la de “destruir la atmósfera“.

A partir de aquí es cuando el decorador, el arquitecto de interiores, el estilista o el interiorista despliega toda su “intensidad”. Nos da lo mismo qué termino se utilice para nombrar al embajador del Mal que con tan poco gusto ha inundado lo que antes fue un austero patio de universidad, de cojines estampados, mesas floradas, mimbres terminados en leds luminosos, falsos unbráculos de pvc, macetas gigantes, bandejas de cantos rodados, luminarias de moda y todo ese catálogo de banalidades que utilizan los decoradores que sin duda alguna están a la última moda. Dicha profusión termina en la que por desgracia siempre es su pieza estrella, el unívoco símbolo de lo falso, lo demoníaco y lo antinatural: la lámina de agua.

Pero el sancta sanctorum de esta intervención se encuentra oculto en lo más profundo, escondido de las miradas de los que entran al hotel por el morro o de los que solamente piden un café o un vaso de agua. Dicha aberración no es sino esa especie de imitación del interior de San Baudelio de Berlanga al que se le han incorporado unas cuantas piscinas de agua termal. Obviamos la descripción no porque no hayamos estado -Dios nos libre- sino porque con lo que se puede ver en la imagen es más que suficiente. No creemos que haya ley que prohíba realizar falsedades como ésta y si la hubiera no sería de recibo. Pero las reproducciones de estos espacios -como la que encargó aquel jeque saudí del Patio de los Leones de la Alhambra-, aunque lícitas, se nos antojan como el mejor símbolo para describir la vulgaridad que rezuman estos lugares de ocio y entretenimiento. Es curioso experimentar que estos sitios, como si de parques temáticos se tratasen, invitan al turista a recorrer y deambular por las diferentes atracciones.

Conclusiones:

El problema no está en que un decorador haya puesto su alma en reproducir la forma de los diferentes desconchones de la base del fresco (que por cierto ya puestos, podía haber reproducido al completo) o en elegir “qué foquito empotrable o qué cenefa va mejor con esta decoración al estilo mozárabe (…)”. La irremediable consecuencia de todo esto es que un día no importó que alguien confundiera el espacio real con la imitación.

Incluso pudo ocurrir que se diera a elegir a los señores clientes:

—”Se formarán dos grupos. Tienen la posibilidad de visitar la ermita de San Baudelio a 35 minutos en autocar, o bien disfrutar de una sesión de cromaterapia y pediluvio en su interior, y aquí mismo en el hotel sin necesidad de desplazarse”.

Y ese día no ocurrió nada. Nada, salvo que la humanidad fracasó.

Es común oír el siguiente sofisma: “Es que si no fuese por los espectáculos taurinos no habría ya toros”. Con un pseudorazonamiento similar, si no fuese por estas redes de balnearios muchos conventos, monasterios y otros edificios históricos se habrían venido abajo por el abandono o la falta de cuidados. A fe que con lo poco que el Estado español destina a su mantenimiento mucha gente podría llegar a creer tal cosa. Así que además de por las ingentes ganancias pecuniarias, a los inversores y empresarios del sector del ocio les impulsa y justifica la cruzada por la tan necesaria salvación de nuestro Patrimonio. No somos contrarios a que se (re)construyan espacios de otra época: disfrutar de un baño árabe es una pasada si el recinto se ha construido bien, se han conseguido (o incluso mejorado) las condiciones higrotérmicas del baño y las terminaciones y acabados son naturales y exquisitas. No sin conocimiento y esfuerzo se pueden volver a conseguir sensaciones que otros ya disfrutaban hace muchos siglos. Por el contrario, la esencia de la sauna chic de San Baudelio es la misma que la de Las Vegas: es ofrecer otra cosa para otra gente, otrodivertimento, otra anécdota y otra mala imagen de móvil para plantar en el facebook.

No nos extrañaría que el Beato de Liébana, Pablo Picasso, Gerardo Diego y toda una pléyade de peregrinos, obispos, arquitectos, reyes, eremitas, profesores, historiadores, fotógrafos, poetas y personas sensibles, así como los monjes, soldados y colonos que levantaron bajo amenaza diaria este santuario en tierra fronteriza, se estén removiendo en sus tumbas al ver lo “lejos” que hemos llegado.

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