En agosto de 1949 la desaparecida URSS sorprende a todos mostrando -en forma de prueba atómica- lo que que no fue sino el pistoletazo de salida de la carrera armamentística nuclear y el fundamental motivo de tensiones de la Guerra Fría. Los soviéticos estudiaron, comprendieron, copiaron y unieron a sus conocimientos los secretos de la bomba americana de 1945, pudiendo hacer realidad el sueño del arma total. La España del dictador Franco no fue el único país que quiso probar el sabor del poder atómico. Por aquellos años también se iniciaban las primeras investigaciones militares españolas sobre el enriquecimiento de uranio no con fines energéticos ni sociales, sino con un único objetivo: conseguir en el menor tiempo posible un arma para pacificar el norte de África, para recuperar Gibraltar y para conseguir “respeto como potencia”.
En solamente una década un país sumido en la posguerra, la hambruna y el éxodo rural inició un programa nuclear que en 1958 desemboca en la construcción de un centro de investigación llamado Centro Nacional de Energía Nuclear CEN –hoy CSN– en el por aquel entonces número 22 de la Avenida Complutense, en pleno corazón de la actual Ciudad Universitaria de Madrid. Este complejo alberga un reactor experimental de preprocesamiento de uranio llamado Coral-1, gracias al cual Franco empieza a soñar con su bomba atómica, un juguete caro y peligroso que deberá construirse sin alertar a la comunidad internacional.
Al final pasó lo que tenía que pasar, ya que las boinas no casan bien con los reactores. El conocimiento de física nuclear de los militares españoles en los años 60 era escaso, se podría decir que “de aficionado” comparado con la velocidad de avances de soviéticos y norteamericanos. Para colmo el jefe de las investigaciones y el desarrollo nuclear en España era el por aquel entonces Marqués de Hermosilla, es decir, a la antigua usanza: con la nobleza empuñando las armas.
En noviembre de 1970, 80 litros de refrigerante altamente contaminado escapan del reactor filtrándose una parte en el terreno y otra parte siendo desviada al Manzanares. Es verdad que la cantidad no parece excesiva pero las labores de emergencia se interrumpieron “durante el fin de semana y se dejaron hasta el lunes” y los primeros informes se limitaban a desaconsejar el consumo de verduras y hortalizas provenientes de las huertas de las inmediaciones. Este hecho en cualquier caso se mantuvo silenciado para no alarmar a la población ni al resto de países durante años, hasta que finalmente el presidente González terminó con la carrera nuclear española en 1987, año desde el cual el Coral-1 está desmantelado. Las labores de descontaminación, cuyo final se preveía en 2006 pero que aún perduran, solamente se encargan de ir retirando el material poco contaminado. Sin embargo el subsuelo de la Ciudad Universitaria de Madrid sigue albergando unos 16.ooo Kg. de material altamente radiactivo que por lo obsoleto de las instalaciones y sin evacuar media ciudad no se pueden trasladar.
La primera semana de Marzo de 2012 se detectaron niveles de radiación gamma superiores a los que se suelen detectar en las minas de uranio o en los alrededores de las centrales nucleares. Queremos creer que dichos medidores son propios del CIEMAT y no los pone Ana Botella con el mismo “criterio” que reparte por la ciudad los de contaminación atmosférica por parques y jardines.
Nosotros pasamos por ese lugar varias veces a la semana, como lo hacen muchos otros miles de profesores y alumnos, y nos preguntamos: ¿esta historia es conocida por la mayoría de la comunidad universitaria?. Son muchas las ocasiones en que la televisión o la prensa ha hablado del accidente de Palomares y de la bomba del río Almanzora, de la catástrofe de Chernobil o recientemente del desastre de Japón, pero el escape radiactivo del Coral-1 y las enfermedades que ha producido en los vecinos de la Dehesa de la Villa, la Lenteja o el Montecillo es una noticia que aún a día de hoy sigue sumida en el silencio de todos.
Gran entrada.
Saludos.