Hasta finales de este mes de Septiembre se puede ver en el Museo de Artes Decorativas de Madrid a exposición “100 años de arquitectura y diseño en Alemania”. Todos deberíamos ir a verla porque no habla de casas, muebles o vajillas. El tema de esta exposición es la Educación. No hablamos de la depauperada educación escolar ni del saber estar en sociedad, sino de la Educación con mayúscula y del sentimiento y la voluntad -hace ya muchos años- de crecer y avanzar de una nación.
El invierno pasado tuvimos el placer de realizar una visita al interior del defenestrado Castillo de Buitrago de Lozoya. Esta imponente masa de mampuesto es un conjunto histórico de primer orden además de Bien de Interés Cultural. Pese a ello sufre un estado de abandono y agresión muy fuertes: aseos excavados en sus muros, una tercermundista plaza de toros incrustada en su interior, ruina, derrumbamientos, basura… Un estado tan lamentable que nos daban ganas de llorar. Pero no hablaremos del castillo, sino del absurdo objeto que se encuentra unos metros más allá, en concreto en uno de los lados de la Plaza del Gato.
Sin duda es uno de los objetos más perversos, denigrantes y absurdos que he visto en mi vida. Da lo mismo verlo desde el punto de vista de su forma, su función o su simbología: un alcorque que aprisiona un árbol ya plantado en un jardín es un fenómeno que insulta a todo y a todos:
Alcorque con iluminación en Buitrago
Insulta a la naturaleza por usar sin justificación chapón de acero con la enorme huella ecológica que este material tiene. Insulta a los árboles por aprisionarlos como divertimento cuando están precisamente dónde y como deben: libres sin asfalto ni adoquines a su alrededor. Insulta a los hombres y mujeres que de sus bolsillos han pagado tan endemoniada hez del absurdo humano. Y, finalmente, insulta al gremio de arquitectos, diseñadores o ingenieros que se desloman a diario por crear “objetos bien diseñados que ayuden a educar a la ciudadanía”, pues así se pensaba en el seno del movimiento u organización del Werkbund alemán: humanismo a través del objeto pensado. Igualito que en Buitrago, vamos.
Muchos de los objetos de la exposición son auténticas maravillas al tacto y a la vista: vasijas, libros, muebles, pequeñas máquinas cotidianas, carteles, telas, ambientes, inventos, revistas o viviendas. Todos ellos muestran el impresionante caldo de cultivo de mentes de primer nivel. Behrens, Olbrich, Gropius, Mies, Grescht… todos inmensos, no hay palabras. Es difícil describir la sensación de paz y la motivación que de algún modo puede llegar a producir la mera contemplación de alguno de estos objetos. Digo alguno porque decir todos es quizás algo presuntuoso. Reconozcamos que como humanos no somos inmunes a las modas, tan sólo impermeables, del mismo modo que un chubasquero evita que te cales pero no te salva del tornado.
Por el contrario hoy tenemos la mala suerte de tener que soportar (y pagar) objetos y modos de usarlos como el alcorque de la foto: estéril, apagado, vulgar, sucio, cubierto de arena anti-orines y con una muy poco estética forma de “sonrisa matutano”. Si contemplar un objeto bello -como muchos de los de la Alemania de antaño- y la atmósfera que genera a su alrededor es una inyección de energía intelectual directamente en la vena de quien lo admira, este alcorque es lo opuesto: es la mueca, es el esperpento, son los dedos en la campanilla, la duda, el despilfarro y -como hemos dicho antes- el insulto.
Nuestra propuesta: fundirlos y hacer más tapas de alcantarilla, que falta hacen.